HASTA DONDE LLEGUE EL VÉRTIGO
Juan prendió un cigarrillo. Dio una pitada, aspiró profundo el humo y lo soltó con calma, lentamente, como si estuviera besándolo. Su silueta alta y erguida, recortada entre las luces de la pista de baile. Su mirada, perdida en los invitados a la fiesta.
Inés se estremeció, se dejó invadir por esa imagen seductora, por la misma estampa masculina de otros tiempos adolescentes. Noches de juerga eterna.
Se le acercó. Le acarició la espalda. Pasó una mano por su nuca y le apretó el hombro. Se acercó más, apoyándole sus labios en el cuello. Sintió su escalofrío y ella su propio temblor. Lo deseaba tanto como la primera vez que lo había visto.
Se acercó más. Dejó que toda ella lo invadiera. Apretó su brazo con la fuerza suficiente para sacarlo de su quietud y arrastrarle la mirada hasta la suya. Se mordió el labio inferior, dejando caer sus pestañas, eternamente largas y sensuales.
Juan la deseaba también. Se dejó llevar hasta el baño.
Entraron abrazados. Juan trabó la puerta. La empujó suavemente sobre la lujosa mesada de mármol negro. Sus manos grandes, masculinas, rústicas, ya se habían hecho presa de su escote. Sus labios, invadían sin timidez tanta piel descubierta, tersa, que olía a jazmines en diciembre. No tardó en entregarse a los suspiros sugerentes, al apetito apresurado de Inés. Encontró su humedad expuesta, generosa, vital. Rozándola, acercó su boca para beberla toda.
De repente, los rodeó el silencio cómplice del éxtasis. Se vieron, a los ojos y en el espejo. Las miradas confesaron el deseo mutuo.
Juan la envolvió entre sus brazos. Inés con sus piernas. Cayeron los tacones y se entregaron al vértigo.
By Nica Martin.