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CRÓNICA DE VIAJE: EL ARCHIPIÉLAGO MÁGICO PHI PHI, THAILANDIA

El archipiélago mágico: Phi Phi, Thailandia

La llegada, a un puerto pequeño y moderno, podría confundirse con la geografía de Samaná, en República Dominicana o la de Maui, en Hawaii.  Sin embargo, los letreros escritos con los 44 fonemas de su lengua, descendiente del sánscrito, nos recuerdan el lugar preciso para el momento perfecto: las exquisitas Islas Phi Phi.

Phi Phi es un pequeño archipiélago mágico, esparcido sobre el mar de Andamán, al sur de Thailandia. Con apenas 12 km2 de superficie, recibe a diario a un gran número de turistas que llegan con sus familias desde oriente, junto con oleadas de curiosos buscadores de aventuras, de occidente.

Este paraíso, estampa de postales y películas de Hollywood, alberga un puñado de tierra que se emerge en perfiles sensualmente verdes, acariciados por aguas indescriptiblemente translúcidas. Calas de arenas blancas abrazadas por pinos que se extienden entre las rocas. Peces de colores, agua turquesa, sol perfecto de la mañana, noches de luna plateada y brisa de terciopelo.

Todas las vistas quitan el aliento: Maya Bay, Viking Cave, Monkey Island, Krabi.

Sus mujeres llevan impresa esa sapiencia femenina vinculada a la naturaleza que es, al decir de Jean Shinoda Bolen, el saber estar en un cuerpo que es una vasija para la vida, afirmando la condición sagrada del mundo físico.  Simplemente bellas, doradas, alegres, como una Frangipani, flor que es símbolo de un pueblo perfumado y exótico.

Un fenómeno curioso, es el ir y venir de sus mareas, que sólo antes había visto en la bahía normanda de Mont Saint Michel, en Francia.

Pasado el mediodía, el mar se retira de la costa más de 1500 metros, dejando desnudas a sus arenas sedosas, suculentas de lagunas y vastos espacios de amarre para los pescadores que esperan pacientes, que el sol de cada mañana traiga el agua bajo sus botes.  Perfecta visión periférica del ciclo de la vida, el ir y venir del agua, el estar y el saber esperar, para luego zarpar, moverse, salir.

Las noches de luna llena, son sin duda, el momento perfecto para elegir las fechas de visita. La costa es plateada. La brisa huele a agua. El lugar se viste de fiesta.

Entrada la noche llueve y en silencio, el agua que cae permite un descanso reparador.

Dejo el paraíso, después de la lluvia. En los templos de Cambodia, un monje pequeño, de piel lustrosa me dijo sonriendo: “la lluvia es el llanto del cielo por tu partida y el agradecimiento por tu visita”.

En una frase memorable, que le toca a Héctor Elizondo, en su papel de Gerente de Hotel de la película “Mujer Bonita”, dice que “debe ser difícil dejar ir algo tan bello”. Por cierto, lo es.

 

   

      

Autor: Verónica Martínez Castro

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